lunes, 4 de mayo de 2020

El pequeño Gatofú

Blanco, suave y redondito. Así era Gatofú, el gato más adorable del barrio.

- ¡Gatofú! ¡Déjame que te dé un achuchón! – solían decirle.

Y es que Gatofú era irresistible… Salvo cuando empezó a no querer asearse.

Cuando llegaba el momento del baño diario, Gatofú se inventaba las excusas más extravagantes para escaparse y no meter en el agua ni los bigotes.

- ¡Es que hoy tengo un grano en la zarpa!

- Es que espera, que estoy hablando con mi amigo invisible.

- Es que tengo que ir a hacer pipí… y es un pipí larguísimo.

Y así un día tras otro.

De manera que su pelo blanco empezó a ponerse grisáceo y ya no era tan suave porque las pelotillas más traviesas se arremolinaban en los sitios más insospechados.

A Gatofú esto no le molestaba. Al contrario: ¡había puesto nombre a sus pelotillas! Pitita era la de la oreja, Michina era la del rabo, Pataclú era la del lomo… Y así.

A veces se sentía un poco incómodo con todo esto encima y no podía parar de rascarse. Pero nada importante. Él seguía sin querer meterse en el agua bajo ningún concepto.

Un buen día (o malo, según se mire, porque caían chuzos de punta) Gatofú bajó del tejado en el que jugaba por las tardes. Quería cobijarse bajo las marquesinas del barrio porque llovía a mares, y allí en ese mismo lugar estaba su amigo Ezequiel.

- Hola - dijo Gatofú al acomodarse al lado de su amigo.

- Hola - dijo Ezequiel de manera indiferente.

- ¿Te ocurre algo Ezequiel?

El gato Ezequiel, miró fijamente a Gatofú:

- ¡Vaya! ¡Ni te había conocido! ¿Dónde ha quedado tu blanco pelaje? ¿Es que te has teñido de gris?

Gatofú se quedó pensativo. Quizá debería pensar en bañarse, al menos solo una vez, para recuperar su color y su suavidad. Podía probar esa misma noche.

Al llegar la hora, su mamá, como cada día, le había preparado un espumoso baño de color azul. Se quedó muy sorprendida al ver que su Gatofú metía primero una patita, luego la otra y luego ¡el cuerpo entero!

Pero más sorprendido se quedó Gatofú al sentir las gotitas templadas resbalando por su pelo. Cuando cerraba los ojos, podía imaginar que estaba en el mar. El agua traviesa hacía remolinos bajo sus patitas y… ¡era divertidísimo!

Agudizó bien su olfato y el suave olor al jabón azul de su mamá lo envolvió. Se sintió más limpio y suave que nunca. Y ese olor suave y tierno ya lo acompañó para siempre.

Desde entonces, Gatofú era blanco, suave, redondito y siempre olía maravillosamente bien.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario