El escarabajo miró alrededor y vio un topo.
— ¿Te apetece jugar un rato conmigo? — le preguntó.
— No puedo, me espera mi amigo el ratón, tengo mucha prisa, — dijo el topo enterrándose en la tierra sin volver a asomar.
Después vio a una mariposa volando tranquilamente sobre un jardín.
— ¿Quieres jugar conmigo?
— Lo siento, he quedado con la libélula y ya llego tarde — contestó la mariposa.
—¿Jugamos un rato? — preguntó molesto a un pequeño sapo viendo que todos evitaban jugar con él.
El sapito apenado por lo que estaba sucediendo accedió a jugar con el escarabajo.
Corretearon por el bosque jugando al escondite entre los troncos y las hojas caídas de los árboles pero, a los pocos minutos...
— ¡Serás tramposo sapo feo y de ojos saltones!
El sapito, que no había hecho ninguna trampa, se alejó muy triste de allí sin entender nada. Todos apenados lo vieron.
El escarabajo estuvo tres horas buscando al sapito por todo el bosque hasta que comprendió que había abandonado el juego.
De camino a su casa escuchó a unos animales hablar de él:
— Ese escarabajo es tan antipático y tiene tan mal humor que siempre va a estar solo. Él solito se lo ha buscado. ¡Pobre sapito!, se ha ido llorando a la charca.
Esa noche, por primera vez, el escarabajo no pudo dormir pensando en su mal comportamiento. Al día siguiente fue a buscar al sapito a la charca y le pidió perdón. Cuando los demás animales vieron su arrepentimiento salieron de sus escondrijos y le preguntaron si quería jugar con ellos.
El escarabajo se sintió tan bien que, a partir de ese día, se volvió amable, alegre y educado y ahora nunca está solo y tiene tantos amigos que juega a todas horas.
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